“La pampa se encarga de sacar al hombre de sus máscaras”

Andrés Sabella

A plena luz del día cada paso que das, sobre el desierto, deja huellas que el sol va quemando mientras el viento las va moldeando. Frente a ese mismo espectáculo el viento roza con la chusca tu rostro cuando te percatas de la sequedad de tu boca. Las horas aquí no son marcadas por la razón del tiempo, sino más bien por la oscilación térmica y la intensidad de la luz. Todo lo que tu cuerpo siente y tus ojos observan pasa a formar parte de una experiencia íntima con este recalcitrante lugar.

Con estos análisis solo podemos confirmar que los viajes de exploración por ese desierto que estremece a Chile y que lleva por nombre Atacama, han creado diversos argumentos que construyen una investigación de campo para alterar tanto la materia orgánica como la física. A través de un viaje, es posible elucubrar que los errabundeos por el desierto tarapaqueño, específicamente sobre la Pampa del Tamarugal, son particularmente difíciles de sopesar a simple vista. No obstante, aparecen algunas acciones que conservan ciertas estéticas que traspasan las dimensiones más peculiares de este desierto, un asunto que amplía el enfoque a otras interpretaciones visuales y cognitivas.

Pero ciertamente es la intensidad del desierto la que nos permite observar unos o varios paisajes para una metódica comprensión del mismo. En este caso es el paisaje, como experiencia, como objeto o como acontecimiento, el que proporciona la coherencia para que el artista chileno Benjamín Ossa revele sus posturas dentro del desierto de tarapaqueño.

Una de las primeras aproximaciones a la experiencia de Ossa, hoy expuesta con el título de Bordes Distantes en galería Aldo de Sousa, ocurre cuando apreciamos sus fotografías. Es posible observar en ellas un entorno que él presenta para otorgar cierta transgresión a su propia introspección. En esta experiencia el recorrido y la búsqueda por una panorámica van más allá de la potencia del espacio, ya que no solo meditar el paisaje podría exponer una representación artística. Aquí la travesía parte por designar al paisaje como espacio objetivo de trabajo y también la posibilidad de visibilizar los elementos que yacen sobre la superficie de esa tierra agrietada. Ver detalladamente las imágenes de piedras, papales quemados y escuchar el agitado trote sobre la arena, proponen al espectador que es este un espacio que traspasa los límites de lo visible, abriendo el espacio del desierto como una significativa pesquisa. Un sitio que sin duda puedes manosear mientras lo observas.

Si bien Ossa, desde una serie de ejercicios, nos plantea este paisaje como una separación del sujeto frente al objeto, al mismo tiempo, presenta un nuevo tipo de relación del individuo con su medio; y de su existencia dentro del desierto. Esta experiencia expone todas esas aleaciones infinitas en lo finito, ya que el paisaje si bien delimita también acarrea detalles visibles y pliegues invisibles. Es más, estas obras superponen perspectivas que actúan como metáforas para enaltecer el papel de un artista ante la diversidad del desierto.

Por otro lado este peregrinar por el desierto de Tarapacá, propaga una serie de detalles del aspecto que nos revela la naturaleza, de manera que al practicar nuestra observación sobre este paisaje recogemos elementos significativos para construir una composición. Ante esta aseveración, el artista no pretende mostrar la naturaleza bajo su objetividad científica, sino más bien prefiere exteriorizar el gozo que nos presenta su contemplación. En esa misma perspectiva de observación, los paisajes suelen ser definidos como símbolos que simultáneamente pueden representar la plenitud de sus atmósferas.

Posterior a la realización de este viaje y al crear esta reflexión expositiva, Ossa pretende cuestionar el espacio expositivo como mediador de la imagen de la naturaleza. Es aquí donde podríamos entender que al enfrentarnos a este paisaje podríamos activar uno de los puntos más álgidos de este proceso de investigación de campo, ya que como dice Agustín Berque “el paisaje es concebido como un objeto de manera que el paisaje es la ilustración visual de la experiencia errante y sumisa de la geografía”.

Bordes distantes plantea al paisaje como objeto de estudio sin dejar de lado su valor como representación. El artista comprende que la fisonomía del paisaje no es solo una imagen, sino que también puede ser una forma. El paisaje es una producción cultural, lo que es visible pasa a ser una realidad inherente y aparece más allá de lo representado. Por instantes, al analizar este paisaje, creemos estar presenciando un conjunto de signos que descifran nuestra forma de mirar y examinar las infinitas imágenes que acopian un sentido reflexivo, que en definitiva son necesarias a la hora de discernir, analizar y sintetizar las características que posee el paisaje.

Finalmente toda la concepción del paisaje es la conjunción de una experiencia personal e incesante; y si toda esa experiencia permite el encuentro con lo real generaríamos una conciencia sobre lo que nuestro pensamiento designa para el estudio e interpretación multidisciplinar del paisaje.