A través de los años las imágenes que han construido diversos grupos sociales frente al desierto de Atacama, asumen cierto acuerdo tácito de las significaciones y variables estéticas que transmiten dichas representaciones. En efecto, aunque no se ha encontrado con exactitud el origen del término desierto, su permanente recurrencia en varios textos nos invita a reflexionar sobre algunas imágenes que aparecen bajo el mismo concepto. Imágenes que sin embargo ante una cultura de la viralización desmedida, sucumben en plataformas que problematizan con la palabra y, evidentemente, con su significante dentro de la cultura visual.

Las lecturas que rodean el desierto y, por sobre todo, a este desierto resignifican un trabajo de campo. Observar sus texturas y complejo devenir nos da cuenta de ese espacio indómito que aún no reconocemos como propio. Asimismo, al ser este hito geográfico un inerte espejismo enclavado en la puna, se explaya un contexto que particularmente está iluminado tanto por el sol como por las estrellas.

Atacama la podemos imaginar y asimilar dentro de su realidad. Una experiencia que nos presenta rotundos cuestionamientos del por qué y el cómo nos relacionamos con su espacio. Bajo estas perspectivas, los bordes y paisajes que rodean los viajes de Ulrike Arnold por el desierto de Atacama nos conducen más allá de un mero proceso de creación artística.

Ulrike al caminar a través de senderos milenarios, fundados por caravaneros andinos, pinta. Si, pinta. Y pinta con ese desierto. Ante esta acción corporal, el altiplano se ha convertido en el gran compañero de sus impresiones y emociones.

Pero Ulrike trata de pintar lo que muchos creen que no puede ser pintado. Pinta extrayendo coloridas texturas mineralizadas que la misma tierra nos entrega y de esa forma alimenta su destreza que la lleva a revisar un trabajo plástico e imperecedero.

Si hacemos un recuento de la pintura prehistórica, precolombina e incluso de esa producida en la actualidad por artesanos atacameños, nos demuestra que esas creaciones no se han alejado de los imaginarios locales. Visiones que acentúan la conexión mágica con el universo que no ha sido alterada por el paso del tiempo. Por lo demás, las propuestas de esta artista nos demuestran un compromiso con esos entornos, una estricta inmersión en la naturaleza y especialmente con sus pueblos.

La tierra, esta tierra atacameña, no aparece en el camino de Ulrike para que ella solo produzca, como artista visual dentro de los conocidos dispositivos que difunden el arte contemporáneo, sino que además la enfrenta a nuevas atmosferas que visualizan estas áridas tramas. En este proyecto denominado Atacama: Cielo y Tierra, Ulrike no solo ha pintado, también ha sido testigo del comportamiento de este enigmático lugar de Chile. Sus formas, colores, movimientos telúricos y escasa vegetación dan pie para que sea ella quién pueda recorrer sus rincones y crear unas entierradas postales que vislumbran al cielo en conexión constante con la tierra.