Altas cumbres simbolizan la geografía andina que se presenta con sapiencia. Caminar sobre ella es una experiencia que está relacionada con el discernimiento acerca del espacio y su cotidiano. Pero es por esos Andes que dividen a Chile y Bolivia en donde nos detenemos a observar sus movimientos migratorios, los intercambios comerciales y esa distintiva indumentaria andina.

Patrick Hamilton y su residencia en el altiplano de la región de Tarapacá, específicamente en los poblados de Colchane (Chile) y Pisiga (Bolivia), han conjeturado rigurosamente la labor de un artista en residencia y su particular proceso de creación a más de 4000 m.s.n.m.

Todos conocemos las reacciones que provoca la falta de oxígeno, pero son muy pocos los que experimentan esa fatigada sensación de puna que desgasta las ideas. De todas formas esta reacción orgánica nos comienza a revelar las implicancias que rodean el trabajo de Hamilton. Sus propuestas se han volcado fuertemente sobre los límites del arte y, en esta ocasión, justo sobre un límite geográfico cada vez más conflictivo.

Hamilton ha exhibido metódicos análisis estéticos de ese Chile post-noventa. A través de estos análisis simplemente ha delatado esas arquitecturas encontradas en los revestimientos urbanos, los cuales son desmenuzados hacia los entornos comunitarios.

Bajo esta tónica es posible justificar que la manera de Hamilton, para rescatar el usual disimulo estético y decorativo visto en las grandes ciudades, podría llevarnos a traducir un contexto específico del consumo y sus problemáticas hacia otros territorios de Chile. Es el caso que presentan las características que rodean la residencia Colchane-Pisiga que distingue, tanto desde el lado urbano como rural, un mapeo global de cómo el artista recoge desde la geografía la conceptualización de una obra o proyecto específico.

Es especial esta extensa frontera que compartimos con Bolivia, sin embargo como muchas otras, no logra fecundar una estricta división cultural. Las características multiculturales de este territorio fronterizado han transformado los espacios sociales en nuevas formas de existencia y también de resistencia.

El espacio altiplánico nos detalla, sobre el límite, como todo se funde en una gran planicie. Sobre ella se entrelazan normas, conductas ancestrales y contemporáneas. Por lo tanto esta residencia en el altiplano busca presumir una estricta paradoja del arte contemporáneo versus el paradigma de la creación artística ante la inmensidad del paisaje y la historia conflictiva de las fronteras en Chile.

La simbiosis que ha significado el trayecto del artista y todo lo relativo a lo ‘limítrofe’ nos conectan a un estar y observar el cotidiano aquellos pueblos que yacen agarrados de la frontera. Así las estrategias que fundan esta residencia, como producto de la desarticulación de los propios conceptos de reflexión adoptados por el artista, encarrilan, por ejemplo, el estudio sobre la(s) ritualidad(es) y la cosmovisión del lugar.

La ritualidad andina ha asumido la difusión de sus procesos etnográficos más allá de estos límites políticos. Es por esta razón que la ironización por parte del artista para entrecruzar a la sociedad de consumo y sus micro mercados, constituyen el perfil que lo lleva a exhibir ciertos objetos de esta frontera como una parte de aquellas prácticas contemporáneas que el artista ya había levantado con anterioridad. Además en Colchane y Pisiga es el contrabando y las redes sociales de migración chileno-boliviana las que activan y ejecutan sus propios ritos sociales. Contrabandear, traficar, vender e intercambiar son cuestiones recurrentes y forman parte de esa episteme local que trasmite, sin límites, esa concepción del espacio, del tiempo. Pero también del transito y de la transfrontera.