“Me reconozco viajero y arqueólogo del espacio…tratando de reconstruir el exotismo con la ayuda de los vestigios.”

Claude Lévi-Strauss [1]

Bajo el vertiginoso y pertinaz manto que exhiben algunos proyectos de artes visuales, presentados en gran parte de Sudamérica,[2] es preciso señalar que uno de los aspectos más preponderantes a la hora de difundirlos, es la particularidad de encontrarnos con un contexto que por lo general hace mención a la palabra residencia.

La residencia es sencillamente un espacio mediado por el propio artista y que rompe con los esquemas del trabajo en el taller. Un espacio concertado y diagramado para crear y desarticular juicios e imágenes. Por instantes, la residencia cumple con un objetivo claro: anudar nuevos entornos a la visión particular del artista. No obstante, también es importante rescatar que desde esa metodología de trabajo visionamos ciertos proyectos que diseñan y proponen una acción artística inmediata o más bien a largo plazo. Además la residencia nos abre un espacio impensado para la investigación de diversos aspectos socio-culturales que atraen una serie de quehaceres para el trabajo de campo. Frente a esto, es indudable que los esquemas propuestos remarquen profundamente el trabajo de los artistas.

Por esos motivos al mezclar las perspectivas y métodos de trabajo de diversos artistas, curadores y documentalistas provenientes de distintos lugares de América y Europa, tenemos como resultado Abubuya. Un proyecto que fue creado y producido por Kiosko Galería de Santa Cruz, en Bolivia; y que nos propone reflexionar desde la práctica artística pero dentro de la misma selva beniana. Visión que transforma este territorio selvático, una selva que al mismo tiempo puede fragmentarse y dar lugar a otras. Aquí la selva actúa como un espacio inigualable frente a una territorialidad dinámica y multifacética, rompe con la idea del espacio cerrado para dar lugar a una idea del espacio articulado que acoge tanto a los individuos como a sus variadas cosmovisiones.

Abubuya es una palabra que en el dialecto mojeño-trinitario quiere decir: dejarse llevar por la corriente. Esta palabra fue la base para legitimar un workshop que surcó las aguas del río Mamoré y que no solo llevo a los ‘residentes’ a reflexionar sobre la implacable imagen que domina el paisaje selvático, sino que también a convivir con un par de comunidades que habitan en la ribera del mencionado río.

La mayoría de los convocados[3] al Abubuya diseñaron y construyeron un espacio que les permitió insertarse dentro de diferentes historias junto a las propias vivencias que ciertamente revisaron, en parte, las imposiciones coloniales, los paradigmas de la identidad de un país, los conceptos de nación y patria, las interpretaciones y contradicciones que van ligadas a las ideas de belleza en un entorno natural y, finalmente, los diálogos que se generan dentro de la Comunidad El Rosario lugar en donde la mayoría de sus habitantes son descendientes de la etnia Mojeña.[4]

Durante los recorridos diarios a través de serpenteantes caminos los participantes inspeccionaron esas características tangibles e intangibles que están impregnadas en la impenetrable frondosidad de la selva. En la mayoría de los casos, estas singularidades fueron presentadas por los mismos habitantes de El Rosario a través de comidas, bailes, brebajes, costumbres, frases y una que otra reconstrucción de sus objetos e imágenes religiosas.

Con esos antecedentes, el contingente de Abubuya produjo una exposición denominada Chope[5]Abubuya que fue inaugurada en la Casa de la Cultura del Beni, en el ciudad de Trinidad. Es interesante mencionar que dentro de ese espacio son los locales quienes designan la cultura del Beni, enlazando tanto sus determinaciones territoriales como políticas. Un aspecto que demarca los giros que provocó el proyecto y las dinámicas conceptuales de las obras exhibidas que fueron estudiadas durante los días de navegación y desembarco.

Chope Abubuya fue un espacio que nos permitió reflexionar sobre una parte del trabajo de campo que se levantó en El Rosario y sus alrededores. Pero también este viaje por el río Mamoré nos enfrentó a una naturaleza exuberante, texturas, cosmovisiones y sonidos que están vivos en sus parajes. Ahora si combinamos todo este contexto junto al diálogo que construyeron los artistas visuales, tenemos como resultado un sin número de paradojales tramas que se expanden más allá de una residencia y una exposición de ‘arte contemporáneo.


  1. Ver documental “A propóstito de los Tristes Trópicos” dirigida por Jean-Pierre Beaurenaut, Jorge Bodanzky y Patrick Menget https://www.youtube.com/watch?v=7e4hvUPlOEQ
  2. Proyectos como FLORA ars+natura en Bogotá, Colombia; Casa Pausa en Lima, Perú; Pivo en Sao Paulo, Brasil; y Colectivo Se Vende, Antofagasta, Chile.
  3. Elkin Calderón, Colombia; Margarita Garcia Faure, Argentina; Marco Godoy, España; María Teresa González, Venezuela; Jesús Bubu Grandon, Puerto Rico; Nancy La Rosa, Perú; Kate Levant, Estados Unidos; Daniel de Paula, Brasil; Fernando Prats, Chile; y los bolivianos aruma, Julio González, Sergio Molina, Cecilia Monroy, Douglas Rodrigo Rada y Raquel Schwartz
  4. La sociedad Mojeña estaba conformada por una gran diversidad de parcialidades étnicas con una mismas raíz lingüística, así como también poseían una intensa movilidad dentro del espacio, tanto por motivos de sobrevivencia como religiosos. Las evidencias arqueológicas más las noticias de los primeros cronistas han permitido afirmar que la población Mojeña debió ser muy importante antes del siglo XVII. Se estima que su población fue de aproximadamente 350.000 personas, sin embargo muchas de ellas perecieron debido a las enfermedades introducidas por los españoles en esa época.
  5. Esta palabra en dialecto mojeño-trinitario significa grande.