Durante estos primeros años del siglo XXI hemos sido testigos de la proliferación de innumerables proyectos de exhibición de artes visuales y que en la mayoría de los casos han apuntado a la recuperación de espacios que no fueron construidos con fines “artísticos”. Espacios que por sus dimensiones, infraestructura y locación han requerido de la férrea convicción de sus gestores para ponerlos en acción. Y aunque con el transcurso del tiempo, muchos de ellos han desaparecido, el acto indeleble de su puesta en valor, puede hoy ser rescatado como esencial para amparar el trabajo de los artistas visuales, curadores y agentes culturales.
Sin embargo, en este sentido, Chile y su política cultural, ha actuado para marginar y de ninguna manera fomentar espacios o instituciones de este tipo. Motivo que nos lleva a reflexionar sobre la acción de remodelar un espacio no artístico y habilitarlo para que acoja desde un lugar deslocalizado varias escenas que envuelven una relación crítica, justificando así un proyecto de estás características. Con el espacio deslocalizado no sólo hago mención a ese espacio ínfimo que limita con la gran ciudad, sino que además, éste mismo puede ser definido como una comuna rural. Por esto, en los últimos años, potenciar la cultura visual arte converge en dos puntos esenciales: difusión y habilitación. En este sentido, renovamos el discurso desde estos dos conceptos que mitigan, en parte, las dificultades que se presentan en el camino.
Con todos estos argumentos, nace el proyecto BACO, un espacio para la producción y promoción de artistas visuales en ésta cada vez más errática época de culturas visuales y lapidarios enfoques territoriales.
Pero BACO no sólo nos presenta una plataforma alterada como espacio de arte, sino que además nos vincula con una localidad como Batuco. Un lugar rural en donde la fricción de sus habitantes potencia el estudio de su entorno, y que por sobre todo, apoya una crítica argumental e histórica que en la actualidad es necesaria dentro o fuera de las “escenas”. Y si la misma “escena” desagua en un proyecto como este, es la misma –por si sola– la que muta hacia esos discursos que contribuyen y potencian, tanto acciones individuales como colectivas.
BACO no se justifica como reducto de experimentación, más bien configura nuevos diálogos que consagran los conceptos de diversas tendencias ensambladas en una variedad de propuestas. También es indudable que este proyecto generará los objetivos principales que movilizarían propuestas desde esta región hacia otros lugares del país. Para ejemplificar brevemente las propuestas BACO 2013, he tomado como referencia 3 proyectos expositivos: Francisca Montes, Sebastián Mahaluf y Rubén Castillo.
Francisca Montes presentó una serie de fotografías que dan cuenta de 4 años de producción. Esta exposición que llevaba por nombre Diedro no sólo cautiva por su abstracta composición, sino que también enfoca desde una visión particular el paisaje. Y aunque estas panorámicas mantienen a un público de forma prolongada frente a ellas, la textura de estas imágenes nos traslada a otros tiempos y panoramas que pueden ser irreconocibles e ignorados.
Simplemente, abstractas o no, estás imágenes sucumben a una realidad autónoma, con una fuerte conexión con el paisaje natural, que acarrea un lenguaje sin forma, pero impredeciblemente cromático.
Las imágenes de Diedro son más que una secuencia. Cada una de las fotografías tiene su propio pulso y en BACO funcionan frente a la indumentaria de su contexto social y cultural.
Por otro lado, la performance de Sebastián Mahaluf Fricción Estática, fue una conjugación de elementos que construían un intrincado trabajo colectivo dentro de una estructura traslúcida de mallas que arropaban un andamiaje. Una arquitectura que al ser construida dentro de una antigua parroquia generaba una espontánea solemnidad. Además, desde el interior de este andamiaje este artista ordenó traspasar hilos de elásticos hacia el exterior, donde éstos mismos eran atados a unas bancas que finalmente generaban una edificación geométrica. De esta manera, las nociones de tensión, fuerza y equilibrio amoldan el volumen de esta obra más allá de su mera representación instalativa y performática.
Pero también Fricción Estática situó la articulación física junto a la orgánica. Cuerpos que buscan un diálogo en común y que los lleva a construir un sistema de comunicación. Una especie de monumento que pone en valor el desplazamiento de los cuerpos y la armonía de un espacio tangible.
Bajo otro ejercicio expositivo, Rubén Castillo nos presentó Curva del Olvido. Una exposición que consta de 4 proyectos anteriormente presentados y que están separados por distintivos espacios dentro de BACO: Acopio, Reposo, Transición y Proceso. Estos cuatro instantes imponen una retórica espacial del trabajo de Castillo que ha desarticulado una imagen –o varias– que no solo ha sido germinado desde un punto, sino que ésta ha brotado sobre plataformas del conocimiento que estudian la asepsia, pasan por la figuración de la piel y terminan en la memoria. Lo plausible de esta exposición ha quedado arrinconado en cada uno de las obras que finalmente configuran una sola y que indudablemente han alterado la mediación entre el público y las obras. Hechos que constituyen y confirman el desgarbado análisis de Castillo sobre la vida y tránsitos de Batuco.