El paisaje es relativo, relativo a lo que las personas piensan, perciben y dicen de el. Por esa razón, cuando organizamos un recorrido a través de parajes desconocidos y agrestes, compulsivamente anhelamos reproducir lo que hemos interpretado de esos paisajes. Y es frente a esa innegable conducta de observación cuando somos invadidos por imágenes y sucesos elementales. De hecho, esta es una acción que revela ciertos aspectos que yacen en la geografía.

Si en el paleolítico la observación y comprensión del paisaje era adquirida a través de los errabundeos y las referencias geográficas; y mientras en el siglo XVIII, toda esa búsqueda por concebirlo pasó por un juicio eminentemente naturalista, hoy podemos inferir que su concepto se basa en la forma en como lo contemplamos. Acto que nos deja indelebles sensaciones al observar sus formas, colores y referentes arquitectónicos. Es por eso que en la actualidad los hechos y vivencias mundanas han reconfigurado el proceso mecánico-fisiológico de ver el paisaje por uno que lo interpreta. Y esto ocurre porque la variedad de sentimientos y percepciones con las cuales hemos asimilado su estampa, proviene de lo que nosotros mismos hemos generado y reproducido sobre esos paisajes. De esta manera, estamos interpretando la cosmogonía del paisaje y su talante en la cultura contemporánea para sincronizar una nueva perspectiva epistemológica.

Bajos estos cuestionamientos trabaja la óptica audiovisual de Gianfranco Foschino. Su estudio de campo en Rapa Nui recoge rastros de un paisaje foráneo. Paisaje que en ningún caso puede ser vinculado a las características con las cuales hemos interpretado la territorialidad chilena. Por eso, el concepto principal de esta exposición, titulada Estados Insulares, exhibe el análisis concreto que este artista ha obtenido de sitios geográficos aún desconocidos para los lapsus de contemplación espacial que hemos construido.

Por lo demás, Estados Insulares no solo es una serie de registros de video que instalan un temperamento de esa configuración de paisaje, sino que además obtura el paso del tiempo, exponiendo en proyecciones y pantallas, desde tomas de pequeñas montañas gobernadas por una singular vegetación, hasta esa tenue luz solar que aparece producto del vaivén de las nubes.

En síntesis, es a través de esta exposición que somos testigos de paisajes que han minimizado la intervención humana. Porque cuando el hombre ha sido incapaz de colonizar el territorio, es el mismo paisaje que impone una imagen indeleble. Aparentemente, con estos registros audiovisuales presentamos las causas, consecuencias sociales y culturales que propician que la intervención humana tenga rasgos geográficamente insulares.