Los procesos que llevaron a cabo los artistas para crear obras de arte durante el siglo XX confeccionaron, en la mayoría de los casos, una mirada diversa y engalanada por las rúbricas de los ismos[1] y los conceptos que nacieron en la posguerra. Sin embargo, desde el periodo de la guerra fría hasta los primeros años de este siglo, los creadores han comprendido que los yugos mercantilistas impregnados en todos los aspectos de nuestra época, han tomado parte en la presentación del proceso creativo del artista. De esta forma, es posible considerar que el paradigma estético del arte contemporáneo lo ha construido la escritura misma de la cuestión comercial. Una escritura que presenta al arte contemporáneo y su resignificación en el mercado como una expresión artística comandada por un carácter inherentemente globalizador.
Hoy, en la pauta de casi todos los circuitos de arte contemporáneo del mundo, el mercadeo construye y esquematiza ferias, bienales, documentas, manifestas e intercambios artísticos en donde principalmente son los galeristas, curadores y coleccionistas, con su juicio cáustico, quienes reclutan a un par de egresados de las escuelas de arte, jóvenes autodidactas y artistas en general para que produzcan obras, integren un circuito y validen su trabajo.
En Chile no cabe duda que, con los pocos espacios que contamos para el arte contemporáneo, los jóvenes artistas visuales están promoviendo sus obras y pensamientos a través de la construcción de plataformas que se establecen bajo la intrínseca necesidad de un circuito de arte contemporáneo. Pero es en estos casos donde los que trabajamos en la promoción del arte contemporáneo nos percatamos de la falta de información que poseemos de esos circuitos y los desplazamientos de éstos por nuestro territorio –del arte- cada vez más locuaz y predecible.
Ahora, todos sabemos que estos circuitos del arte en Chile solo se han generado en algunas ciudades como Valparaíso, Concepción y Santiago. Estas ciudades, con proyectos independientes e institucionalizados, han creado espacios para el desarrollo de las artes visuales que, en la mayoría de los casos, han permitido articular las acciones de los más jóvenes. Algunos de estos proyectos constan de residencias, publicaciones académicas, exposiciones y clínicas de arte. Pero en estos circuitos de arte, más allá de entregar dinamismo al trabajo de los artistas, solo los prepara para un incipiente mercado que, en ningún caso, los convierte en emergentes. Y esto, porque un arte emergente cumple con un sinnúmero de aspectos que hoy, Chile, no estaría promoviendo.
Básicamente, un arte emergente debe unificar el conocimiento que posee el mercado sobre la extensa oferta académica disponible en el centro-sur del país, promover encuentros internacionales de arte contemporáneo, educar sobre un arte emergente junto a un programa de exposiciones y coloquios que establezcan márgenes para la promoción de esos artistas. Y, por último, un arte que no solo genera espacios flexibles para el galerista, sino que también para curadores, gestores y coleccionistas. Entonces, si continúan encasillando como emergentes a los artistas por su edad, se está cometiendo un error que, desde ya, debe ser corregido por sus promotores. Es imposible pensar en un arte emergente cuando el mercado no logra generar los espacios y las plataformas requeridas para los artistas. Ejemplo de ello: hay espacios de exposición pero no se convoca a un público, contamos con galerías pero no se invita al coleccionismo, y si existe un circuito alternativo de arte contemporáneo termina convirtiéndose en el típico lugar rígido de exposiciones.
En todo caso, el arte emergente ha sido analizado, en su contenido y definición para homologarlo a un símil chileno, desde los históricos argumentos de Justo Pastor Mellado, hasta las convencionales crónicas de algunos medios de comunicación. Y sería por esta razón, que las nuevas generaciones de artistas visuales no han contemplado definirse dentro de un campo emergente o para un arte emergente, ya que esa saturación de las escuelas de arte, la falta de difusión y la escasa crítica han generado una ansiedad de consagración que limita sus intenciones frente a un espacio cada vez más reducido para la creación del arte contemporáneo.
Aun así, a pesar de las falencias, varios artistas han generado un cuerpo de obra que los ha llevado a justificar su observación de la realidad. Una observación que penetra en los recónditos mercados del arte, en esa interminable transición política y, por cierto, en el estudio de una multiculturalidad nacional que no ha sido enseñada, sino adquirida por ellos mismos.
Con todos estos argumentos se entiende que el arte contemporáneo en Chile no solo ha sido, desde hace mucho tiempo, una cuestión menor, sino que también esta siendo interceptado por una carente difusión, tanto de las políticas de Estado, como de esas independientes. No obstante, el trabajo de esas políticas de Estado a veces inscribe ciertos paliativos a algunos proyectos para los circuitos de arte y que, permitan hablar de una vez por todas de un arte emergente, el trabajo de campo de los artistas y el análisis crítico de sus obras. Es aquí donde aparece el proyecto Showroom, proyecto que nace en Chile Arte Contemporáneo, más conocida como la feria de arte contemporáneo, Ch.ACO. De esta forma, Showroom se transformó en un lugar de observación y discusión –incluso con ribetes ecológicos–[2] que mostró los proyectos de cincuenta artistas tanto de Santiago como de otras regiones del país.
Este proyecto, del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, estaba litúrgicamente diseñado para convertirse en el espacio que presentaba la producción actual de artes visuales de este extenso país. La combinación entre Showroom y Ch.ACO cumplía con el objetivo que hoy se trazan todos los espacios de difusión y promoción de arte contemporáneo, convertirse en una plataforma que fomente el mercado del arte. Es por esto que, cultivar una estrategia alternativa en una feria de arte como Ch.ACO y, vinculada con artistas que no están representados por una galería, sería un buen comienzo para acercar sus acciones a los galeristas, curadores, coleccionistas y público en general.
Por lo demás, un proyecto como Showroom posee una estructura curatorial que nos invita a hacer juicios críticos, desde la esfera pública, sobre aquellas obras que solo han sido expuestas en salas de clases, blogs, y publicaciones académicas. La virtud de inscribir el esquema de Showroom para la promoción del arte emergente dentro de un proyecto como ChA.CO, cada cierto instante nos hace sucumbir ante el alero del prejuicio y la incredulidad. En todo caso, este juicio es parte de lo que uno espera encontrase en un lugar de difusión del arte contemporáneo y en donde el arte emergente debería tener uno o varios espacios.
El desarrollo de todo arte emergente también pasa por la manera en cómo reconocemos el trabajo de los artistas visuales y, adicionalmente, con una actitud política que visualice los centros de fomento y desarrollo de las artes. Por otra parte, en Showroom la comunicación simbólica y creativa fue más allá de lo elemental, cuestionando esa necesidad que tiene un país de financiar, potenciar y difundir las expresiones ligadas a las artes visuales. Específicamente, “estas formas de hacer arte” son un importante medio de conocimiento de la historia y la transformación socio-cultural del mismo. En síntesis, Showroom rompió con los esquemas, esos que desde una feria como Ch.ACO aún no han logrado sentenciar para ubicar esa interrelación, deducción, reflexión y abstracción de esta conflictiva definición del arte emergente en Chile.
- Llámese a las vanguardias y manifiestos de principios de siglo XX como Futurismo, Dadaísmo y Surrealismo, entre otros.
- El stand de Showroom estaba construido con cajas de cartón reciclado.